MI AMIGA FATIMA
Jamás
he visto a mi amiga Fátima en persona. Hablo con ella, interactuamos y
compartimos muchas más cosas de lo que a primera vista hubiera pensado. Por eso
no me corto un pelo en llamarla amiga aunque aún no haya tenido el gusto de
poder darle un abrazo. En compensación por todo lo que me ha enseñado a través
de su presencia en redes y, por tanto, en el mundo.
Y me gustaría compartirlo. Fátima me ha enseñado, en
primer término, que nunca somos tan abiertos de mente ni exentos de prejuicios
como proclamamos. Porque, en un ejercicio de sinceridad, confesaré que me chocó
descubrirla moviéndose con soltura y libertad en redes sociales, al ver lo qué
decía, cómo lo hacía, y percatarme de su avatar, con su contagiosa sonrisa y su
hiyab. Fátima es abogada, luchadora por los derechos humanos y defensora de la
igualdad a sangre. De las que llevan el feminismo por bandera, ese feminismo
que no es otra cosa que la pelea diaria por conseguir ese bien tan preciado: la
igualdad de hombres y mujeres. Y reconozco que su inequívoco mensaje, exento de
fisuras, me chocaba con la imagen. Prejuicios y clichés aprendidos que nada
tienen que ver con la realidad y que llevamos más pegados a la piel de lo que
somos capaces de ver. Ni sombra de esa mujer sumisa y anulada que tendemos a
identificar con el Islam. Desde su propia cultura, en buena parte compartida,
se puede luchar por los derechos. Es más, he aprendido de Fátima que se debe.
Fátima es española, ceutí para más señas. A pesar de
que sé que recibe mensajes que le dicen que se marche a su tierra, como si ésta
no lo fuera. Más clichés aprendidos. Por eso, Fátima, abogada de profesión,
lucha desde el consistorio de su ciudad autónoma por la igualdad de todos y de
todas, por la de hombre y mujeres y por la de todas las culturas y religiones.
Y más, teniendo en cuenta que la suya está tan presente en esa parte de España
donde vive. Por solo pretender una celebración acorde a esas raíces, ha
recibido insultos, incomprensión y humillaciones. Pero de eso no se hacen eco
los medios. El discurso de odio o no parece serlo tanto en determinados casos.
Por desgracia.
Y, desde que conozco a Fátima, he desterrado para
siempre un vocablo de mi vocabulario. Ya nunca más hablaré de terrorismo
islámico. Porque el terrorismo no se puede apellidar con una religión a la que
pertenecen miles de personas como Fátima. ¿Aceptaríamos que el terrorismo del
IRA se llamara “terrorismo irlandés” o el de ETA “terrorismo vasco”? ¿O
denominar a la Inquisición “terrorismo católico”? ¿No estaríamos hiriendo
sensibilidades y faltando a la verdad? Pues de eso se trata. De no insultar a
Fátima y a tantas Fátimas como hay por el mundo.
Sé que la han llamado “mora de mierda” y cosas
peores. Que no comprenden que se plante con su hiyab defendiendo derechos. Pero
abramos los ojos y la mente.
Estoy orgullosa de poder hablar abiertamente de mi
amiga Fátima. Y espero que estas líneas sirvan para dejar de identificar Islam
con tantas cosas como se está haciendo. Porque hay muchas Fátimas esperando a que
las conozcamos. Y otras muchas que necesitan de gente como ella para alcanzar
esa igualdad a la que todas las personas de bien aspiramos.
Gracias Fátima.
Y ahora, doy entrada a la propia Fátima
Soy una idealista.
No lo puedo remediar.
Ni quiero.
Sueño despierta con una sociedad en la que no me miren diferente por mis
apellidos o por mi aspecto. Realmente siempre lo he hecho. Siempre he sido una
persona idealista, soñadora y optimista y eso es un plus para superar muchas
barreras. De estas, de las barreras, sin duda alguna, las peores son las
mentales. Y la verdad es que, con todo, me considero una persona afortunada en
mis experiencias y en mis relaciones sociales. En mi profesión, la abogacía
solo puedo tener buenas palabras hacia mis compañeros y compañeras, algunas de
las cuales forman parte de mi círculo de amigas. Incluso en el plano político,
que es un escenario parecido a veces a una selva, puedo decir que he tenido y
tengo oportunidad de conocer y tratar con buenas personas de diferentes
ideologías. No me parece algo para destacar. Al revés. Creo que debería ser lo
habitual. Lo razonable. Lo deseable. Que nos relacionásemos por afinidad de
caracteres y no por similitud de aspectos y apellidos.
Sin embargo, cuando la realidad te da el tortazo en
forma de insulto o burla por ejercer tu libertad, lo valoras especialmente,
pero lo valoras para ti, interiormente, tal vez para no caer en un aparente
victimismo porque no quieres que nadie te mire con pena o tal vez, porque no
quieres pensar ni por un instante que haya quienes, sin conocerte de nada, te
prejuzguen negativamente y peor aún, se burlen o te insulten. Los prejuicios
suponen tanta comodidad para quienes los tienen, como perjuicios para quienes
los sufren, y a fin de cuentas, sale toda la sociedad perjudicada.
Y si en algún sitio campan a sus anchas los insultos,
burlas y demás faltas de respeto es sin duda en las redes sociales. Un espacio
donde algunas personas dan rienda suelta a su alter ego más irrespetuoso para
desahogarse de la manera más primitiva.
Aunque afortunadamente, es en esas mismas redes sociales, donde también
observas como hay personas que comparten contigo la causa de luchar por hacer
del lugar del mundo en el que vivimos, un sitio más igualitario y justo,
aunando esfuerzos y haciendo gala de empatía, solidaridad y luchando codo a
codo, por derribar muros y prejuicios.
Soy una idealista.
No lo puedo remediar.
Y
afortunadamente, no soy la única.
NOTA: Este
artículo fue escrito horas antes del terrible atentado de Niza. Pero este hecho
espantoso nos reafirma lo necesario que es el mensaje de paz, tolerancia e
igualdad que quisimos transmitir.
SUSANA GISBERT GRIFO FATIMA H. HOSSAIN
Fiscal Abogada/ Diputada en Ceuta
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