No sé en qué momento Pérez Reverte le cogió el gustito a esto de pretender considerarse y erigirse en azote de las personas que creen en la igualdad (las-personas-feministas) y de las (personas) musulmanas.
No lo sé, y la verdad es que tampoco me interesa mucho porque sus últimos vómitos a través de lo que destila un tufo asqueroso a falta de respeto con forma de letras perfectamente conjugadas, apesta.
Apesta odio, con lo bonito que es eso de amar al prójimo, y a la prójima.
Apesta complejo de superioridad, que le lleva a creerse en posesión de la verdad absoluta.
Y apesta pretender incendiar a través de fueguecillos que le permitan estar más que en el candelero, en el candelabro que decía aquella.
Alguien tiene que decirle al Sr. Reverte que sus presagios, a lo Nostradamus, del que se llegó a la conclusión que no fue profeta ni clarividente, sino simplemente un ocultista que empleó varios métodos arcanos para oscurecer las profecías, se confirman, y es que hace años que hay jóvenes graduadas en Educación Infantil y Primaria, entre las que algunas, oh fatalidad del destino, por mucho que pese al Sr. Reverte y a su caterva de hooligans anclados en épocas más propias de sus propios personajes, llevan hiyab.
Es más oiga, también hay profesionales de diferentes ámbitos: sanitarias, jurídicas, empresarias y un largo etcétera en el que no es necesario que me extienda.
El problema no es, como pretende trasladar Reverte, el "pañuelo" y cuanto el "pañuelo" significa en ideas sociales y religiosas, si no el concepto y los miles y miles de prejuicios que destilan sus letras respecto al significado social o religioso del pobre hiyab.
El problema es que "personas" como Reverte están tan enamoradas de su ideal Bwana salvador de todo y de todos (y todas) que se niegan a ver la simplicidad y la esencia de la cuestión: la libertad del ser humano, querido Reverte.
Debería dejar de mirarse el ombligo o, lo que es lo mismo, leer sólo lo que escribe usted y los de su cuerda, y levantar la mirada, abrirla para descubrir lo infinito del horizonte. Seguro que ganará mucho, no sólo en beneficio de sus letras, si no especialmente, como persona.
Y por cierto que antes de calificar a las feministas, esas personas que luchan día a día por la igualdad de las personas, por mucho que quiera el Sr. Reverte ridiculizar su papel y hacer gala de su misoginia más profunda al decir que callan como meretrices, debería tener en cuenta que tal vez, sólo tal vez, están más ocupadas en desterrar pensamientos como las de tan ilustre escritor de nuestro país (sí, nuestro), eso sí, cada vez menos lustroso y más oscuro y casposo.