Cuantas veces habremos comentado que, en determinados momentos y circunstancias, los musulmanes españoles nos sentimos rechazados por la misma sociedad en la que vivimos. Es una sensación desagradable, muy desagradable.
Cuando naces, creces y vives en una sociedad considerandote como parte de ella, porque lo eres, sienta como un jarro de agua fría, más que fría, helada, percibir y recibir rechazo. Un rechazo basado en prejuicios y estereotipos que de sobra conocemos. Los conocemos pero, al menos yo, no termino de entenderlos. Ese odio visceral, carente de fundamento, gratuito para quien lo siente y tan caro para la sociedad, que contamina si no se sabe marginar.
Lo mejor que podemos hacer para combatirlo, y eso es tarea de todos quienes crean en una sociedad verdaderamente cohesionada, es dejarlos aislados para que perciban su error.
No saben que con ese odio solo consiguen reforzar nuestra identidad.
Sin complejos.
Desde la realidad y el razonamiento obvios de la distinción entre fe y nacionalidad tan fáciles de entender por cualquiera con dos dedos de frente y tan difíciles de comprender por las mentes obtusas e inseguras no podemos callar ante las estupideces que son capaces de decir. Callar sería sinónimo de otorgar.
La población musulmana española distingue perfectamente entre la fe y la nacionalidad, hecho que algunos no parecen asimilar.
El rechazo al que me refería al principio resulta ofensivo al transmitir ese desprecio, esa falsa superioridad...afortunadamente ofende quien puede no quien quiere.
Se que hay quien me ve como extranjera en mi propia tierra, la de mis padres, la de mis hijos...sin embargo les hará falta algo más que esa visión xenófoba para que no me sienta orgullosa de ser musulmana y española, sin complejos y critica con todo aquello que me parece injusto, especialmente con la forma de gobernar de la derecha.