En algunos foros de la Ciudad, y por extensión, del resto del país, cuando alguien habla de feminismo, se expone y arriesga a recibir algunas miradas, sonrisitas y cuchicheos, cuanto menos, de desprecio. Desprecio porque conciben el término feminismo como opuesto a machismo, cuando, como saben, el significado de ambos es muy dispar, ya que mientras el segundo supone la superioridad del hombre sobre la mujer, y aparejadamente, suele llevar actitudes vejatorias para reivindicar esa superioridad (a la vez que pretende rebajar nuestra dignidad) el primer término, el feminismo, surgió como movimiento para la reivindicación de la igualdad, sin más, no habiendo intención por parte de ninguna feminista, de expresar la superioridad de la mujer sobre el hombre por el mero hecho de serlo (eso sería hembrismo, una actitud tan radical y criticable como la del machismo).
Para disimular ese machismo, porque hoy en día está mal visto socialmente serlo, (como tantas otras actitudes) surgen nuevas formas de practicarlo que se alejan del discurso y se centran más en la acción, por ejemplo, ¿es normal que las empresas sigan pagando menos, por realizar el mismo trabajo, a una mujer que a un hombre? ¿Es normal que el que gobierna, tanto a nivel local como nacional, no ejerza control, corrección o sanción sobre semejante injusticia? ¿es normal la pasividad y el pasotismo? La gran diferencia entre los salarios de hombres y mujeres (como tantas otras cosas) no debería dejarnos indiferentes, y sin embargo, apenas se observan reacciones. Múltiples reuniones, conferencias, foros, debates….para darnos cuenta de que efectivamente aún estamos muy lejos de la igualdad, menos que hace unos años, obviamente, pero aún lejanos; y lo que es peor, con una actitud, por lo general, pasota.
Muchas han dado la batalla por perdida, muchas intentan continuar la lucha tropezando constantemente con obstáculos, muchas tienen la esperanza de que las próximas generaciones lo tengan más fácil, muchas tienen que elegir entre crecer en su trabajo o ser madres, y a casi todas, les remuerde a veces la conciencia cuestionándose si no están siendo demasiado egoístas en sus aspiraciones porque es como si esa conciencia fuese un chip que se activa automáticamente cuando entran en confrontación distintos intereses.
Mientras, casi todo sigue igual, las que cobran menos que ellos no denuncian por miedo a perder el trabajo (entre otras cosas por lo difícil que es encontrar otro en tiempos de crisis), las que quieren desarrollarse a nivel profesional no tienen más remedio que renunciar, muchas veces, a tener una pareja estable y a tener hijos, y viceversa, mujeres muy inteligentes y sobradamente preparadas tienen que detener su crecimiento profesional para poder ser madres, la conciliación se queda, muchas veces, en una bonita palabra, y a pesar de todo ello, a muchos les parece ……….normal.
Fechas como el ocho de marzo y el veinticinco de noviembre, sirven para que cada cual reivindique a su manera la lucha por la igualdad y para que algunos aprovechen la ocasión para aparecer en los medios de comunicación. Sin embargo, el resto de días del año hay quienes continúan con su actitud y mentalidad, que en la mayoría de los casos, se aleja del interés por la igualdad real, y así, día a día, nos siguen llegando situaciones en las que la pretendida igualdad efectiva de derechos, brilla por su ausencia.
Determinadas reivindicaciones no pueden hacerse sólo un día de trescientos sesenta y cinco, sino que hay que tenerlas arraigadas y presentes todos los demás si pretendemos, sinceramente, cambiar la realidad más allá de simples mensajes testimoniales.
La lucha por la igualdad, en el más amplio sentido, debería ser una bandera a lucir a diario por cualquier persona y en cualquier ámbito si pretendemos mejorar como sociedad.
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