La
crisis, esa monstruosa creación internacional parece haber echado raíces
difíciles de cortar, aunque no imposibles. Con ella comenzó el principio del
fin del Estado del Bienestar tal y como había sido concebido, como máximo exponente
de las garantías sociales de toda la población nacional.
Las
consecuencias de los platos rotos que está dejando por el camino el fin de ese
Estado de Bienestar las estamos pagando, de manera más acentuada, las mujeres.
Basta con ver los datos reales para tomar conciencia de cómo, si bien es cierto
que nos afecta a todos y a todas, los efectos de la crisis hacen más mella en
las mujeres.
El
hecho de que el gasto en inversión social, tanto nacional como local, haya
disminuido y en algunos casos incluso desaparecido, la reducción también de las
inversiones en trabajos tradicionalmente realizados por mujeres o el efecto del
paro sobre las familias hace que las mujeres aparezcan cada vez más
empobrecidas. La feminización del paro y la de la pobreza son algo indiscutible
analizando los datos objetivamente. La reducción del gasto social hace que se
sobrecarguen, aún más si cabe, las tareas de cuidado y domésticas puesto que
supone graves dificultades a la hora de compatibilizar el trabajo y la vida
familiar.
Los
avances sociales y el esfuerzo en materia de igualdad han pasado a un segundo y
hasta tercer plano bajo las pautas de los gobiernos de derechas, que,
continuamente intentan manipular y esconder la realidad de que avanzar en
igualdad y en materia social es una manera de continuar hacia adelante,
progresando y no retrocediendo a épocas inmemorables.
La
precariedad, la temporalización o las diferencias salariales ya existían antes
de la llegada de la crisis, pero desde entonces, se vienen incrementando notablemente.
Hoy
por hoy, es difícil conseguir un puesto de trabajo. Y lo es aún más para las
mujeres. Tal vez por eso, muchas veces, se aceptan trabajos precarios, sin alta
en la seguridad social, cobrando menos de lo que corresponde, duplicando y
triplicando esfuerzos…cualquier cosa, con tal de aportar un ingreso a la
familia. Con todo, las mujeres no suelen quejarse por estos extremos, por
diferentes motivos: porque es lo que hay hoy en día, porque el carácter
luchador intrínseco a la mayoría de las mujeres hace que no queramos que nos
vean como víctimas de nada. Ni siquiera de las reformas sociales, aunque lo
somos, ya que desgraciadamente, la cuerda siempre se rompe por el lado más
débil. Y en ese sentido, la debilidad tal y como la entienden algunos de
quienes nos gobiernan hace que todo lo relacionado con la igualdad se vea
como algo prescindible y que lleven a cabo los recortes en aquello que,
erróneamente, creen que no es prioritario. Con semejante panorama, encontramos
día a día a mujeres a las que a la carga de ser las sustentadoras de sus
familias se le suma la de las
obligaciones familiares y domésticas que, por lo general, aún no se han sabido
redistribuir entre todos los componentes de la unidad familiar.
Afortunadamente,
el espíritu de superación en todos los ámbitos de la vida y la responsabilidad
que tenemos de intentar hacer de este mundo un sitio mejor para los nuestros,
hacen que el ánimo no decaiga y que la lucha, continúe.
Hola Fátima, me parece que tu opinión es muy acertada. A las mujeres nos tratan como a un colectivo cuando suponemos el 50% de la población...
ResponderEliminarPor otro lado me parece paradógico que las Universidades estén llenas de mujeres y los puestos de responsabilidad sigan estando copados por hombres y lo que es peor, en caso de contratación el perfil buscado suele ser el de un hombre.
Las mujeres artículamos la sociedad y somos parte de ella.